El manejo de la pintura con esmerada técnica permite la aparición de aquello que estaba olvidado en el trasfondo de la mente. La abstracción sobre colores inauditos, verdaderos atrevimientos pictóricos, consigue que las estilizadas figuras se aparten del mundo real y se inmiscuyan en los vericuetos de la conciencia, esquivando el inmovilismo y propiciando la dinámica del diálogo interno. Duque se posiciona, con toda razón y derecho, al margen de los esquemas clásicos, así como de las corrientes pictóricas más en boga a comienzos de siglo.
Esos imposibles fondos con sus inquietantes figuras, narran sin proponérselo el autor, unos hechos dramáticos, logrando la transformación del mundo y la realidad. Su plástica pone de manifiesto la poesía inherente a cada tragedia sufrida por los habitantes del mundo, repleto de horrores e injusticias, pero también ordenado por una conciencia superior ordenadora. Se realiza el engaño, propio del creador, por el cual podremos ser conscientes de nuestra expulsión del paraíso, pero también de nuestra única posible salvación: el arte y su disfrute en la vida. Así el observador, entre espantado y maravillado, debe tomar posición o caer en la demente sinrazón, y así salir de su viaje. Su trabajo es construir la realidad, orientarla y darle un nuevo sentido, más cabal.
No hay duda alguna, su amor por las artes y su pasión por la pintura no logran nunca acomodarse, no encuentran reposo. No se conforma con lo hecho. “Yo y lo que tú captas”, esa es la explicación final de la pintura de Duque. Abramos nuestra percepción y entremos por un momento en una mente inquieta.
Luis Temboury